Tuesday, March 14, 2006

 

Milagro de la Eucaristía

En una pequeña ciudad de Luciano estaba el monasterio de San Basilio y había un monje que no compartía el alborozo general que había cuando tocaban las campanas para la Misa. A este monje le asaltaba una fuerte duda que Nuestro Señor estuviera realmente presente en la Eucaristía. Aun cuando oraba sin tregua suplicando a Dios que reavivara su Fe, el terrible pensamiento lo atormentaba. Cada celebración del santo Sacrificio de la Misa renovaba su amargura, pues era el instante en que arreciaba con más fuerza la tentación.
Aquella mañana el pobre monje se revestía con las vestiduras sagradas mientras sentía su corazón más hundido que nunca en la oscuridad de la duda. Sin embargo llamado por el deber subió los peldaños del altar y comenzó la celebración. En la hora de la consagración pronunció tan claras como siempre las solemnes palabras. "Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros "y este es el cáliz de mi sangre", pero se detuvo asaltado por la violenta incertidumbre.
De verdad era nuestro Señor Jesucristo presente y bajo las apariencias de minúsculo pedazo de pan y las pocas gotas de vino. En ese preciso instante vió asombrado que la blanca hostia se transformaba en un pedazo de carne y el vino en sangre real, la que se coaguló y se dividió en cinco fragmentos de forma irregular y de distintos tamaños. Muy asustado al comienzo, pero después lleno de alegría, permaneció cierto tiempo como en éxtasis y luego derramando lágrimas de gratitud se volvió hacia los fieles para exclamar:
Bendito sea Dios que para destruir mi incredulidad quizo manifestarse en este Santísimo Sacramento y hacerse visible a mis ojos. ¡ Vengan hermanas a contemplar!, aquí esta la carne y la sangre de nuestro amantísimo Salvador. FIN

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